Sobre los orígenes de las procesiones de Semana Santa en Andalucía.
Cuando
vemos por nuestras calles unas manifestaciones religiosas tan singulares como
son nuestros desfiles procesionales de Semana Santa, resulta lógico que se nos
plantee el interrogante y la sana curiosidad por saber cómo y de dónde surgió
todo esto. Desde estas líneas intentaré arrojar algo de luz sobre el tema con
una visión que pretende desde el rigor, ser clara y concisa.
Nuestro
relato comienza en los arrabales de la ciudad medieval de Sevilla en la Baja
Andalucía, apenas transcurridos noventa años de la conquista de la misma por
Fernando III el Santo a los musulmanes. En su entramado de angosto urbanismo,
extramuros de la muralla que todavía está hoy en pie, está a punto de suceder un
hecho singular. Es el amanecer del 14 de Abril de 1356, Viernes Santo, y un
grupo de fieles, que venían congregándose desde años atrás en la iglesia de
Omnium Sanctorum de la ciudad de Sevilla, para meditar sobre la Pasión de
Nuestro Señor Jesucristo y escuchar los enfervorecidos sermones de los frailes,
decide, por primera vez y tras aprobar sus Reglas el Sr D. Nuño, a la sazón
Provisor del Arzobispo; salir en procesión desde la Ermita de S. Antón situada
en lo que se conocía por aquel entonces como “campo de las cruces” en el
espacio que hoy ocupa el Parlamento de Andalucía en un edificio distinto, pues
el magnífico edificio renacentista del “Hospital de la Sangre” que hoy podemos
admirar fue construido siglos después. Se trata de una puesta en escena espontánea
del Via Crucis, del recorrido de Jesús en la Vía Dolorosa de Jerusalen, la
reproducción figurada medieval de su camino hacia el monte Calvario igualmente
en el momento de la alborada del Vienes Santo.
No
debió de pasar desapercibido entre los sevillanos aquel cortejo extrañísimo,
pues aunque la penitencia pública no era algo completamente nuevo, sí lo era el
modo tan singular en el que se presentaban los penitentes: con túnicas de basto
lienzo y cabellera de fibras vegetales teñidas, ocultándoles el rostro y
apretadas las sienes con unas hirientes coronas de espinas, portaban la cruz a
“imitación de Jesús el Nazareno” Por este motivo aquello quedó marcado en la
memoria colectiva de los sevillanos que empezaron a llamarles “nazarenos”, a
ellos y no a otros penitentes de otras corporaciones que también empiezan a
surgir y a los que como detallaremos más adelante se les llama
“disciplinantes”, y según el modo de tortura “flagelantes”, “empalados”,
“aspados” “hermanos de luz” etc…No en vano tan singular corporación que
probablemente es la que ha llegado a nuestros días como la del “Silencio” de
Sevilla y se titula nada más y nada menos “Primitiva
Hermandad de los Nazarenos de Sevilla, Archicofradía Pontificia y Real de
Nuestro Padre Jesús Nazareno, Santa Cruz en Jerusalén y María Santísima de la
Concepción.” La cofradía sevillana del “Silencio” es la única pues que merece
la distinción de conocerse como la Primitiva Hermandad de los Nazarenos.
No en vano tan singular corporación que
probablemente es la que ha llegado a nuestros días como la del “Silencio” de
Sevilla y toma el titulo de “Primitiva Hermandad de los Nazarenos de Sevilla”.
Así podemos hacernos una idea de cómo eran estas primeras procesiones, que
tenían poco de desfile triunfal al que nos tienen acostumbradas las cofradías
en la actualidad, más bien eran cortejos austeros, acordes con los tiempos, en
los que todo giraba entorno al hecho de hacer penitencia. Pero penitencia por
qué y para qué. El origen de la penitencia como fenómeno social, aun sin ser
algo completamente novedoso, sí va tomando una tremenda fuerza en el siglo XIV
y en siglos venideros, debido sobre todo a la crisis social y religiosa que se
vive en Europa en estos momentos: las epidemias de peste, las hambrunas
motivadas por las malas cosechas y las guerras asolan el viejo continente sin
solución de continuidad. La población está atormentada con la idea de la
condena y sobre todo de que los males que sufren son consecuencia del pecado;
la única vía es expiar la culpa siguiendo el modelo de Cristo, que cargó sobre
sí todo el pecado de la humanidad. Por tanto, el camino de la salvación pasa
por la “imitación” de Cristo para atraer a todos a la conversión. El Cisma de
Avignón y la situación que vive la Iglesia a nivel institucional con actitudes
claramente escandalosas, hace que el pueblo llano mire para otro lado y se
aferre a estas nuevas congregaciones como una esperanza de regeneración, a la
vez que permite la ayuda mutua en caso de necesidad : enfermedad, muerte, etc.
Por lo general no se crean estructuras nuevas, sino que más bien se apoyan en
otras agrupaciones ya existentes de carácter sobre todo gremial, hospitalario,
o conventual.
Era habitual que al volver la cofradía al templo o al convento, hermanos de la corporación tendrían ya preparado en vasijas grandes vino cocido con laurel, arrayán, romero, violetas y rosas para curar las heridas de la dura disciplina. Esta disciplina ya era practicada en los conventos, sobre todo por los franciscanos, con lo que lo único que cambia es la ostentación pública de dicha disciplina y por ende, su “popularización”.
Los
primeros cortejos procesionales estaban formados por hermanos de sangre y de
luz. Los hermanos de sangre eran los disciplinantes, que durante la procesión
se flagelaban con manojos de cuerdas terminados en rodezuelas. Los hermanos de luz
portaban hachas de cera y al término de la estación curaban las heridas de sus
hermanos en el llamado lavatorio. En 1777 se produce la supresión de los
disciplinantes por orden de Carlos III, quien era sensible a la mentalidad
ilustrada a la que repugnaba el sangriento espectáculo de los flagelantes, que
la consideraba más un atavismo medieval, que una muestra de penitencia. Por
otra parte tambien se trató con ello de acabar con una deformación presente en
algunas cofradías como era “el alquiler de penitentes”. La supresión de esta
figura del flagelante tuvo como resultado el nacimiento del nazareno tal y como
lo entendemos hoy día,
Todavía es posible ver hoy flagelantes (los famosos
“picaos”) en La Rioja, siendo éste un hecho singular pues ya en el siglo XVIII,
Carlos III prohibió la disciplina pública, pues ésta práctica “irracional y
supersticiosa” iba en contra del espíritu de la Ilustración.
Parece que de esta fiebre ascética que recorre Europa entre los siglos XIV y XV tienen buena parte de culpa los frailes franciscanos, quienes fomentan la devoción al Santo Lignum Crucis, y la meditación de la Pasión de Cristo, recorriendo un camino similar en extensión al de la “vía dolorosa”, que en Jerusalén va desde el Palacio de Poncio Pilato hasta el Monte de la Calavera, donde fue crucificado Jesús. En Coria uno de los caminos de salida del pueblo en concreto el de Almensilla por tal motivo era conocido como “el Calvario”. Al final de las sendas de los vía crucis se suelen erigir un humilladero, siendo uno de los más notables, de los que aún quedan en pie en Andalucía, el de la Cruz del Campo de Sevilla. Según Juan Carrero, en su libro sobre los Anales de las Cofradías Sevillanas, este humilladero es erigido por los cofrades negros del Hospital de Nuestra Señora de los Reyes en 1380, aunque fue el Primer Marqués de Tarifa, D. Fadrique Enríquez, el que después de un viaje a Tierra Santa comienza a dar devoción al Santo Vía Crucis en la ciudad de Sevilla. Al amparo de los frailes franciscanos surgen diversas “confraternidades” o “hermandades” de la Vera Cruz, a la vez que se rinde culto a las “Cinco Llagas” de Cristo. En un primer momento, el que esta Orden mendicante aparezca ligada a los lugares emblemáticos de Tierra Santa, y el regreso de los Caballeros de Ordenes Hospitalarias, tienen mucho que ver en el resurgir de la devoción al Santo Madero y a otros “instrumentos” de la Pasión de Cristo. En cuanto al origen de los pesados y voluminosos pasos donde se portan varias figuras haciendo alusión a distintos pasajes de la pasión, todo parece indicar que hay que seguir la evolución del llamado “drama sacro” que coincidiendo con distintos momentos del calendario litúrgico se llevaba a cabo, primero en el interior de los templos, y parece ser que determinadas escenas resultaron jocosas, y poco acordes con el culto religioso, por lo que la autoridad eclesiástica optó por desplazarlo de interior de los templos al atrio de las iglesias. También debemos tener en cuenta en la aparición de estas “escenas” en azulejos con las estaciones del vía crucis que jalonaban los caminos de pueblos y ciudades hasta llegar al Humilladero, que representaría, como hemos señalado ya, el Gólgota. Al parecer, en las andas procesionales del “titular” de la cofradía, empiezan a aparecer unas “pequeñas historietas” representando algunos pasajes de la pasión. Estos grabados pintados y luego en bajorrelieve ya en el Renacimiento se conocen como “cartelas” y cumplen una función catequética, pues el pueblo analfabeto debe ser instruido mediante imágenes que muevan a la devoción. Dicha función se consagra en la segunda mitad del siglo XVI, sobre todo en el Concilio de Trento que viene a dar un nuevo impulso al fenómeno cofradiero, al recomendar la representación en la calle de figuras, no sólo de Cristo y la Virgen, sino también de santos y de escenas que despierten el fervor popular. Esta etapa que se abre y que garantiza la continuidad de las cofradías de nazarenos contrasta con su etapa inicial, mucho más orientada, como hemos tratado en este artículo, a la penitencia individual y colectiva, marcada por un ascetismo que si bien nunca acaba de perderse del todo, queda mucho más velado por la fiesta total de los sentidos que supone la Semana Santa barroca, que es la que con matices más ha perdurado en el tiempo hasta llegar a nosotros.
e de cada brazo pendía una de estas
telas.
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